¡Vamos, que tú puedes! ¡Confía en ti! ¡Tú eres capaz de cualquier cosa! ¡Tú lo vales!
Frases como estas nos resultan familiares, ¿verdad?. Tanto porque nos las decimos unos a otros para animarnos como porque muchas veces tratamos de sobreponernos a nuestra debilidad o desánimo haciendo este tipo de “afirmaciones positivas” en nuestro interior. Con ellas queremos acallar esas otras que surgen muchas veces con fuerza: “Yo no puedo con esto”, “Esto es superior a mis fuerzas”, “No estoy a la altura”, “Soy insuficiente”, acompañadas de sentimientos de vulnerabilidad, contracción y pequeñez.
Hoy quisiera compartir algo que puede resultar muy chocante e incluso inaceptable para la mente condicionada. Es de ella de donde surgen tanto las declaraciones de impotencia, como el intento de eliminarlas generando ese tipo de afirmaciones que trata de creerse. Y le resulta difícil, seamos honestos. Nos cuesta, identificados con esa mente, creernos ese tipo de “pensamientos positivos” que usamos para intentar salir de la angustia en que nos sumimos al creernos las primeras, las referidas a nuestra insuficiencia. Y, sin embargo, el mundo del llamado desarrollo personal está basado en ello, en tratar de convencernos de nuestro poder personal. Hemos bebido de él durante décadas, intentando hacernos valer, sabernos poderosos…
Y aquí es donde me gustaría traer un poco de luz, pues ambas caras de la moneda, la sensación de insuficiencia o debilidad y la declaración de nuestro poder y grandeza esconden verdad, pero al mismo tiempo, nos engañamos con ellas. ¿Cómo puede ser? Depende, simplemente, de dónde surjan estas expresiones. Me explico:
Si me dices: “Yo no puedo, no me siento capaz”, te diría: Te comprendo. Tienes razón. Tú, como consciencia reducida, creyéndote una personita separada de la Vida que tiene que valerse por su cuenta, no puedes nada. Yo tampoco. Durante tanto tiempo intenté validarme y superarme para ser alguien capaz que vive por su cuenta, apoyándose en sus propias fuerzas y… ¡no puedo ser! Simplemente, porque esa consciencia individualista no está en coherencia con la realidad, que es pura unidad. La realidad es que no estoy separada de ella, nada está separado de ella. Es cuando nos consideramos escindidos que nos sentimos incapaces, vulnerables. Y es muy bueno reconocerlo, sentirlo, admitir esa sensación de debilidad que, si es abrazada, nos trae a descansar de nuevo en la conciencia de unidad, a conectar con la inmensa vida que nos sostiene y acoge nuestros torpes intentos de ir por nuestra cuenta así como el sentir doloroso que se deriva de ello.
Si me dices: “Adelante, que tú puedes, reconoce tu poder”, te diría: Sí, tienes razón. Sólo que ese poder no es “mío”. Es el poder natural de la existencia que se vive a través de mí. Cuando me uno a ella, cuando me dejo respirar y sostener por ella, entregándome a su flujo en mí, siento el Poder que mueve los mundos fluir a través mío. Y sí, en él puedo confiar totalmente, pues lo experimento en cualquier momento. Puedo sentirlo al dedicar mi presente a recuperar y alimentar esa consciencia de unidad, que me permite reconocer lo que soy de verdad: parte de una gran Vida que se vive a través de este vehículo, este cuerpo-mente.
Quizás ya no necesitemos desarrollar más a la “persona”, agrandar este constructo separado de la totalidad con el que nos hemos identificado. Reconozcámoslo: esa aventura está agotándose. Nos ha llevado demasiado lejos. La frustración y el cansancio de intentar lo imposible nos han hecho detenernos y tal vez, mirar más profundo para descubrir en el silencio del corazón la puerta hacia el verdadero poder, la fortaleza auténtica que vive en nosotros. Esta no alardea ni se esfuerza por afirmarse, sino que, simplemente, se reconoce. Cuando admitimos que, efectivamente, por nosotros mismos, no sabemos, no podemos, nos convertimos en los niños que se abren con confianza a ser guiados, reforzados por algo que les sostiene, su misma esencia, el aliento de la vida, el ser que somos. Y esos sentimientos de vulnerabilidad que nuestra sociedad rechaza, al ser abrazados y reconocidos, en lugar de juzgados, se convierten en la puerta a nuestro Hogar, desde donde todo es posible.