SIN ADICCIONES, EL EGO NO SE SOSTIENE

Vivir creyéndonos separados de la Vida, intentando valernos por nuestra cuenta, esforzándonos por ser alguien, buscando ser amados… es muy estresante. Sobrevivir en un universo del que nos sentimos aislados, desconectados y carentes es muy doloroso. Simplemente porque no es natural ni posible sostenernos sobre esa base tan artificiosa y alejada de la realidad.

Pensar constantemente, movernos bajo la guía de una mente tirana a la que creemos en sus exigencias, juicios, temores y culpas genera tanto malestar emocional que nuestro sistema no lo soporta. El cuerpo experimenta sensaciones y síntomas tan desagradables que recurrimos automáticamente a buscar paliativos que, momentáneamente, nos alivien de tanto maltrato en nuestro interior. ¿Dónde? En el mundo, en las relaciones, en actividades, en sustancias… todos conocemos la lista de posibilidades adictivas que ocupan nuestro día a día.

Estos recursos adictivos, a veces muy llamativos, son condenados por el mismo sistema de pensamiento que los hace necesarios: el alcohol, las drogas, el uso compulsivo de las redes sociales, la pornografía…

Sin embargo, otras actividades y situaciones cotidianas, como el trabajo, la comida, las relaciones… que en sí, son neutras, pueden ser usados adictivamente para evitar o tapar el malestar que sentimos viviendo desde esta perspectiva tan reducida.

La dificultad que tenemos para soltar las adicciones no tiene tanto que ver con nuestra ineptitud o falta de voluntad. Esos comportamientos compulsivos están ocultando mucho sufrimiento no reconocido, ese que nadie nos ha enseñado a mirar con amor y comprensión. Recurrir a bloquearlo, taparlo o anestesiarlo es lo único que hemos aprendido a hacer. Y lo seguiremos haciendo hasta que no podamos contemplarlo desde una perspectiva totalmente diferente.

Otra razón fundamental por la que nos resulta tan complicado prescindir de estas conductas adictivas que tanto juzgamos, que tanto tratamos de resolver, es que juegan un papel que quizás sería bueno comprender. Sirven, una y otra vez, para sostener lo insostenible: creernos individuos separados de la vida, impotentes, carentes y limitados. ¿Cómo puede ser?

Cada vez que recurrimos a consolarnos, a evitar nuestro sentir con una sustancia, una actividad, una relación… experimentamos un alivio, claro que sí. Y ese alivio que genera la satisfacción momentánea nos desconecta por un lapso de tiempo del sufrimiento que genera pensar con exigencia o victimismo, sentirnos solos, carentes o limitados. Tras el aflojamiento de la tensión, recuperamos un poco de la energía que se agota pensando, tratando de controlar la vida, conteniendo nuestra espontaneidad.

Y así, podemos volver a las andadas, tras el leve paréntesis adictivo. Si este no existiera, la tiranía del ego en nuestras mentes sería insostenible. Despertaríamos del sufrimiento inmediatamente. Pero mientras haya recursos con los que consolarnos o desviar la atención a ratos, el ego no sólo sigue intacto, sino que se alimenta para poder seguir funcionando.

Y ese funcionamiento puede expresarse entonces en forma de arrepentimiento, culpabilidad o propósitos de enmienda por haber sucumbido una vez más a la comida innecesaria, al uso disfuncional de las redes, a las relaciones de dependencia que nos consuelan por un rato… Tal autocastigo posterior, tan recurrente, nos mantiene sumergidos en la limitación, la impotencia, la desconexión.

Superar una adicción, para mí, supone atrevernos a mirar todo este circuito desde una perspectiva totalmente diferente. Como decía Einstein: “Ningún problema puede ser resulto desde el mismo nivel de consciencia en que se creó.” Desde una mente que se cree separada, tratar de manejarse con una adicción es casi locura, ya que esa misma mente la ha generado y está interesada en mantenerla para mantenerse vigente.

Sólo cuando llega un momento en nuestra vida en que estamos realmente hastiados de todo esto y en nuestro corazón amanece al anhelo de la Verdad, la puerta puede abrirse. Sólo entonces estamos dispuestos a dejar de taponar nuestras heridas y decididos a exponerlas a la Vida, esa conciencia amorosa que es nuestra esencia y que puede hacerse cargo de ellas. Nosotros, desde una perspectiva tan reducida, no sabemos. Creyéndonos solos y aislados, basándonos en nuestra pequeña fuerza de voluntad, no podemos.

Reconocer esto es maravilloso, pues esta vulnerabilidad aceptada, ya no tapada, nos deja en brazos de la Vida, inmersos en una nueva consciencia: el Amor que nos guía y nos infunde su poder, una fortaleza que no conocíamos, capaz de todo. Se produce así la verdadera sanación, la de la raíz: dejar de sentirnos separados y recuperar la conexión con la fuente que habíamos olvidado.

Si esta reflexión resuena en ti, quizás te inspire participar en el retiro “De la dependencia a la libertad”, que tendrá lugar en Tarifa, del 31 de octubre al 2 de Noviembre.

También puede ser interesante para ti el taller on line: “Ama, reza, come”.

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Dora Gil
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