UN ÚNICO PROPÓSITO

¿Te ha ocurrido que, tras momentos de inspiración o de profunda paz, quizás descansando en meditación, te has visto automáticamente atrapad@ en las mismas experiencias conflictivas, agitadas o cansinas que tan lejos te parecían momentos antes?
A mí, con frecuencia… ¡Qué doloroso es ese salto! ¿verdad?. En la quietud, sentimos con claridad el poderoso anhelo de vivir desde la consciencia amorosa que somos, dejando que todo lo que va y viene se mueva naturalmente, sin aferrarnos a nada. Descansamos en la paz de simplemente ser. ¿Qué ocurre entonces al comenzar a movernos en las situaciones cotidianas?
Pues muy sencillo: llevados por la inercia, dejamos que los objetivos confusos de la persona con la que nos identificamos sigan dirigiendo nuestras acciones e interpretaciones de la realidad. Nos olvidamos del profundo anhelo de vivir desde un único propósito: ser lo que somos. Dedicar nuestra vida a ello no consiste en concedernos de vez en cuando unos momentos de pausa o meditación. No consiste en aliviarnos periódicamente de la vorágine y la pesadez que supone perseguir objetivos personales y contradictorios que nos agotan. Anhelamos mucho más. Merecemos la totalidad, no unas migajas.
Dedicar nuestra vida a lo que de verdad amamos supone un cambio tan radical de perspectiva que, inmediatamente, se ponen en cuestión todos los objetivos, muchas veces contradictorios, que mueven