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SENTIRNOS NUTRIDOS



Sentirnos nutridos por la vida requiere conexión con ella: vivirla en el instante que se presenta, tal como se presenta, con la confianza de que, al estar dándose, es la experiencia perfecta en este momento. Solo desde esa comprensión, nos sentimos abiertos y confiados. Podemos sentir que, más allá del envoltorio, más allá de la forma en que la experiencia se presenta, hay una vida palpitante que se está expresando. Sabemos que ella, la vida, cuida de todos los detalles del presente y, aunque no la entendamos racionalmente, al abrirnos, nos conectamos con la vitalidad y la inteligen­cia del momento y somos nutridos. Vivenciando el ins­tante presente, nos abrimos a su danza, nos dejamos im­ pregnar de su melodía, aunque no la entendamos. Como los niños, nos dejamos mover al compás de la música que suena en el momento, sin historias sobre ella.

Muy diferente a como solemos experimentarlo, ¿verdad? El sistema de pensamiento del ego, diseñado para defenderse de un mundo que considera amenaza­dor, se pronuncia ante cualquier experiencia extrayendo de su historial todo lo que puede ayudarle a controlarla o a defenderse de ella. Se enfoca en la apariencia de lo que percibe, en la historia elaborada sobre ello en base a antiguas vivencias... De modo que, si escuchamos sus argumentos, no podemos ver lo que está realmente suce­diendo. No podemos participar de lo que vivimos porque lo estamos pensando. En lugar de movernos al son de la música del instante, nos quedamos inmovilizados y des­nutridos, privándonos de la vida que palpita en cada nota. Cuando la mente juzga inadecuada una situación o la desprecia, nuestra emocionalidad lo refleja enseguida y el cuerpo se contrae, especialmente en la región del plexo solar, el pecho o el vientre.

Desde esa cerrazón, no podemos estar presentes en lo que estamos viviendo. Nos hemos ausentado, yén­donos al reino mental, donde la vivencia abierta y es­pontánea no es posible. Y es probable que, desde este abandono, lo que experimentemos no sea en absoluto satisfactorio, confirmándose así los temores de la men­te. Pero, en realidad, la insatisfacción no proviene tan­to de la experiencia en sí como del «no» a la misma, de esa fuga que deja contraído y desnutrido nuestro sentir. Nos quedamos en la orilla, al margen de la vitali­dad y el poder nutritivo que esa experiencia contenía. Y luego nos quejamos de sentirnos faltos de energía o entumecidos; ¡es normal! Volvamos al ejemplo de la comida física. Si, ante un alimento, soy consciente de la vida que contiene, de la energía luminosa que es su esencia, mi mente, mi co­razón y mi cuerpo van a hacerse eco de esa consciencia. Sentiré receptividad, apertura desde dentro. Podemos habituarnos a recordar, en medio de cualquier experiencia, que todo lo que aparece en ella es una expresión de la totalidad, de la vida que somos. Toda forma es un vehículo de la esencia, del espíritu; por tanto, podemos considerarla sagrada. Esta comprensión genera un respeto natural ante la experiencia presente, al igual que cuando comemos con consciencia.

Habiendo vivido tanto tiempo usando todo para ali­mentar a un yo personal, se hace necesario entregar in­tencionadamente lo que vivimos a un nuevo propósito: nutrir lo que somos, volver a la unidad. Es una perspectiva radicalmente distinta que, si la aceptamos, tiene el poder de transformar radicalmente nuestra existencia. La po­demos evocar como la perspectiva vertical, en contraste con la horizontalidad, en la que se suele consumir nuestra vitalidad en una búsqueda agotadora de algo que nunca parece llegar y que nos lleva a despreciar el presente.

Desde esta visión, todo se hace muy intenso. Cada detalle del presente me ofrece abrirme a un espacio de profunda sacralidad, dedicado a nutrir la presencia viva que somos.

No me creas, vívelo. Solo por un instante, ábrete a este momento sin esperar nada de él, sin pretender nada más que experimentar, abriendo tu corazón a toda la vida que se está expresando aquí. Sin historia, sin jui­cios, sin asociaciones con lo que crees ser, siente cada detalle con la frescura de la primera vez.

¿Cómo es vivir esto (sea lo que sea) de modo im­personal? ¿Cómo contempla la vida este sonido, esta sensación, este objeto que tengo entre mis manos? Con­cíbete como el espacio abierto en el que todas las expe­riencias se van dando, como el cielo en el que las nubes van moviéndose, surgiendo y disolviéndose... ¿Cómo contempla el espacio esta emoción? ¿Qué hace ese es­pacio con ese pensamiento? Cuando no hay asociación con una historia, con un personaje que las utilice para mantenerlas, las experiencias son simples modulacio­nes de la totalidad, apareciendo y desapareciendo, can­tando su melodía y volviendo a su origen naturalmente. Libertad, pura contemplación, intensidad, paz...

Como dice Thich Nhat Hanh: «Para que las cosas se nos revelen, tenemos que estar dispuestos a abando­nar nuestros puntos de vista sobre ellas».


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