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¿POR QUÉ ME PERSIGUES?



Hay dos maneras de vivir: la más habitual, considerando “esto” como algo que mejorar, cambiar, evitar o de lo que escapar para buscar otra cosa mejor. La otra, abriéndonos a “esto” como una invitación.

Cada detalle de mi existencia me está proponiendo: ¿Quieres usarme para abrirte a la verdad o para seguir buscando por tu cuenta?


Si, considerándome un yo separado, ya tengo mis metas fijadas, cualquier situación, persona o experiencia se me aparecerá como un aliado o un impedimento para conseguir lo que busco, pero no las viviré en sí mismas. Y no podrá ser de otra manera desde esa consciencia disminuida.

Si mi única meta es la VERDAD, puedo abrirme a aceptar esta situación como la puerta para experimentar otra visión que estaba velada por mis limitados juicios.


El único modo de acceder a ella es no separarme de la experiencia presente pensándola, sino aceptarla de todo corazón como la perfecta escena en la que mi vida se está desarrollando.


¿Estoy dispuesta a dejar de lado todos los conceptos que me separan de este instante y decidirme, simplemente, a vivirlo?


Algunos de esos conceptos pueden ser: “esto no merece la pena”, “tengo que conseguir algo más importante”, “aquello es más valioso que esto”, “esto no debería estar sucediendo”… Bajo tales creencias quedan: sensación de desazón en el pecho, respiración disminuida, frío en mi interior, vacío en la zona del estómago… el desprecio de esto, el doloroso desprecio de esto para buscar algo fuera de aquí, algo en lo que apoyarme, ya que esto es considerado por la pequeña mente como “vulnerable”, “inconsistente”, “inoportuno”, “de segunda categoría”, “lo que tengo que aguantar”, “lo que tengo que superar”…


Y, sin embargo, esto es mi vida presente, queriendo ser reconocida, no despreciada. Unirme a ella es la invitación que hoy acepto, soltando cualquier relación adictiva que me prometa salir de aquí hacia un futuro mejor, más espiritual o reconocido.


¿Por qué me persigues?, sigue preguntándome la vida a través de cada situación que trato de saltarme cabalgándola desde la mente. Y me detiene, y me deja caerme del caballo del pensamiento acelerado para mirar, por fin rendida, la inmensidad que me sostiene y que me estaba perdiendo en mi loca carrera hacia otro sitio.

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