LOS LAZOS FAMILIARES

Soy testigo habitual del sufrimiento que puede generar la identificación con papeles familiares en nuestra cotidianeidad. En nombre de conceptos como "tú eres mi pareja", "es mi hija", "son mis padres"... nos relacionamos con estos seres humanos tan cercanos de modos muy limitados y circunscritos a un condicionamiento aprendido. Estos vínculos, que muchas veces nos gratifican y nos consuelan, parecen determinar también otras actitudes y expectativas que reducen nuestra apertura y constriñen nuestro corazón.
Para empezar, está el "mi" que anteponemos: "mi hermano", "mi madre"... que ya de por sí, genera una sensación de apego por el sentido de posesión que entraña.
Después está el parentesco: ser pareja o hijo de alguien presupone tales o cuales prioridades y comportamientos, que son asumidos como acuerdos tácitos para relacionarnos con esos seres humanos. Ello reduce nuestros encuentros a un rango muy determinado de pensamientos, sentimientos y actitudes. Y aunque es verdad que albergamos sentimientos genuinos y entrañables por ellos, con frecuencia se ven contaminados por un arsenal de presupuestos y obligaciones que les hemos superpuesto.
Además, cuento con una historia conocida sobre ti y sobre mí que me predispone a encontrarme contigo desde lo conocido. Nuestra relación es terreno seguro: ya que creo saber todo de ti y tú de mí, podemos relajarnos. Como uno de los presupuestos que nos vinculan es tu permanencia en mi vida por ser familia, podemos perder la atención al presente y reaccionar desde registros más básicos o automáticos.