“¡He hecho tanto por ti!” o la cuestión del SACRIFICIO

“Te lo he dado todo y mira cómo me lo agradeces...”, “He hecho tanto por ti...” ¿Te resultan familiares estas frases?
Así suele el pequeño yo comprender lo que llama amor: hacer cosas por los demás. Cosas que les satisfagan, que les hagan sentir bien, que cubran sus necesidades y, en última instancia, cosas que les harán sentirse agradecidos o en deuda con nosotros.
Esta última parte no nos la confesamos, evidentemente: “A mí me gusta dar, lo hago porque me sale así, soy muy servicial...” Y puede que, en muchos casos y sobre todo al principio de nuestras relaciones, o en momentos de bienestar, sea así.
Sin embargo, este gusto por dar, que es muy natural, suele tornarse en la obligación de seguir haciéndolo para mantener así una imagen de buena persona ante los demás o, secretamente ante nosotros mismos.
Hemos crecido en nuestra cultura judeo-cristiana con una mala comprensión del término sacrificio. Vivimos con la creencia de que, para que una relación funcione, tenemos que sacrificarnos por la otra persona, entendiendo por ello renunciar a lo que es importante para nosotros en favor de lo que es importante para la otra persona.
Hemos entendido muy mal aquello de “Olvídate de ti” con el que se suele definir en términos cristianos el amor. O el... “Niégate a ti mismo”, con el que hemos justificado ese abandono de nuestra propia vida. A pocos se nos ocurre cuestionarnos el significado real de esa frase que, sin quererlo, nos ha condicionado tanto. Si prestas atención a tu monólogo mental, quizás encuentres una voz interna que te dice “Eres un egoísta”. O su reflejo externo, a través de alguien de tu entorno que tiende a juzgarte así.
¿Qué significa “Olvidarse de sí”? ¿Cuál es el verdadero sentido de “Negarse a sí mismo”?
Para mí, ni más ni menos que olvidarse de ese pequ