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EL ANTÍDOTO QUE BUSCAMOS: otra mirada hacia "el virus".



Cada acontecer de nuestra vida, desde donde yo lo comprendo, alberga un profundo ofrecimiento: recordar lo que somos de verdad. En lugar de identificarnos con lo que sucede, sintiéndonos víctimas impotentes, intentando arreglarlo para que no nos perturbe (es la dinámica del temor), atrevernos a explorar una nueva posibilidad: mirar todo el panorama desde una perspectiva mayor, espaciosa y profundamente amorosa (la consciencia).


Estamos viviendo unos momentos en los que el miedo se propaga desmedidamente en nuestras mentes y nuestros cuerpos, suscitado por ese famoso virus que parece ser su causa. Para protegernos de él se impone distanciarnos unos de otros, temer el acercamiento, evitar el contacto… La desconfianza genera más y más separación: quiere encerrarnos en nuestros hogares y, lo que es peor, en la cárcel de nuestras mentes. Inmovilizados y asustados, contenemos la respiración, perdemos el contacto con la vida sanadora y potente. La energía vital deja de fluir libre por nuestro cuerpo, generando debilidad y, por tanto, aumentando las posibilidades de contagio. El miedo, la creencia de que algo ahí fuera pueda hacernos daño, nos debilita y nos aliena aún más.


Sentirnos o creernos separados del Todo es la única causa del miedo, ese temor ancestral que hemos asumido al sentirnos aislados. En la consciencia de unidad, no hay nada que temer, pues nos sabemos amados y atendidos. Por tanto, el único antídoto contra el miedo no es intensificar las defensas o protegernos de sus aparentes causas externas, sino recuperar la consciencia de la unidad que somos. El amor, la no-separación, es lo único que puede disolver el virus del miedo, generador y sostenedor de todo este tinglado que contemplamos.


Mientras el virus físico parece incitarnos a separarnos de un universo que nos amenaza, el amor (la sustancia de ese universo) nos invita a unirnos radicalmente a la vida que somos. ¿Cómo? No estoy proponiendo lanzarnos a acciones imprudentes o exponernos sin sentido, claro que no. Igual que con cualquier otro tipo de gripe, nuestra inteligencia natural sabe cómo protegerse muy fácilmente cuando se da el caso, lo hemos hecho siempre.


Vengamos más cerca, a un lugar mucho más accesible e íntimo: al temor que podemos sentir, expresándose en nuestro cuerpo, en nuestro respirar, en el latido de nuestro corazón, en la tensión de nuestros músculos... Todo ello está esperando una respuesta inmediata: amor, conexión, no-separación. Como niños asustados, la ansiedad y la preocupación buscan un Hogar donde sentirse acogidos, un espacio cálido en el que descansar. Buscan nuestro Corazón, la fuente serena que han olvidado.


No vayamos más lejos. Aquí, ahora, hagámonos sensibles a este palpitar, ofrezcamos nuestra empática escucha a estas angustiadas expresiones en el pecho y en el vientre. Envolvamos en la calidez de nuestro aliento estas áreas que se quedan por momentos entumecidas y heladas por el miedo.


Descubramos el sol radiante que es nuestra esencia inundando con cada respiración esos rincones abandonados de nuestra existencia. No nos separemos de ellos yéndonos a pensar, distrayéndonos o enfocándonos en supuestas medidas de control que sólo refuerzan el temor. Contemplemos incluso a esos pensamientos asustadizos y controladores con una mirada comprensiva: surgen de una vieja mentalidad y, a su manera, tratan de protegernos, sin darse cuenta de que parten de una falsa premisa, la separación, que constantemente confirman. Odiarlos sólo los refuerza, pues su anhelo es también ser acogidos, volver al Hogar. Podemos contemplarlos con gratitud y dejar, simplemente de seguirlos.


Somos hijos de una gran Vida que todo lo acoge. Somos ella. Seamos, pues, ese Hogar que el miedo anhela. Creemos en nuestro Corazón un verdadero centro de acogida para todas las expresiones de ansiedad, inquietud o preocupación, ya vengan de nosotros mismos o de los demás. Honrémoslas, no las despreciemos. Más bien dejemos que nos traigan a recordar el Amor que somos. Practiquemos la no-separación, enfoquémonos en unirnos de los modos más creativos posibles, por mucho que aparentemente todo apunte a separarnos, a temernos, a aislarnos de nosotros mismos y de los demás.


Que la calidez de nuestro corazón disuelva las heladas barreras de una mente que, al haberle dado tanta credibilidad, provoca experiencias que parecen confirmar sus atemorizantes presupuestos.


Que esta experiencia que atravesamos, sea una oportunidad para intensificar la consciencia de unidad. Por muy llamativas que sean las informaciones e imágenes que nos llegan desde fuera, comencemos por nuestro mundo interno, el más abandonado y necesitado del abrazo del Amor, nuestra verdadera identidad. Las respuestas más lúcidas y serenas en torno a los asuntos prácticos, surgirán de ese abrazo.

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