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AMAR EL CUERPO




Siempre ha sido muy dolorosa para mí la distancia entre mi comprensión espiritual de la vida y mi experiencia cotidiana. Desde muy joven, inspirada y entusiasmada por la conexión que sentía en mis momentos de quietud, sufría después ese doloroso encuentro con lo que llamaba "la realidad". Una y otra vez volvía a retomar ese contacto interno y una y otra vez me parecía perderlo en cuanto empezaba a moverme entre las personas o a manejarme entre las tareas cotidianas. En el fondo, estaba sufriendo el impacto de la idea de separación que todos hemos absorbido: el mundo espiritual o la consciencia pura como algo apartado del mundo material, un mundo que le es extraño y en el que nos hundimos irremediablemente una y otra vez. Sin embargo, felizmente, un día llegó a mi vida un descubrimiento extraordinario y poderoso: unirme a mi respiración, vivirla momento a momento me devolvía a la experiencia viva de simplemente SER. Experimentaba por primera vez el gozo de habitar mi cuerpo, abrazándolo desde dentro, animándolo y propulsándolo. Me descubría como consciencia encarnada en él, enamorada de él. Sí, enamorada del cuerpo, aunque no identificada con él. ¡Cuánto daño nos hacemos cuando abandonamos nuestra experiencia corporal sentida para fugarnos al territorio mental! Escapándonos a veces de ciertas vivencias traumáticas o, simplemente, debido a la intolerancia que hemos desarrollado ante las sensaciones molestas, huimos a la cabeza. Alimentamos así un mundo mental totalmente inútil que gira en torno a las cosas que suceden sin vivirlas. Nos quedamos en la barrera, al margen de la vida, pensando sobre ella, agotándonos inútilmente. Separados y alienados, buscamos compulsivamente modos de superar esa escisión con todo tipo de adicciones o, simplemente, pensando más y más, nos alejamos del sentir. Incluso podemos buscar momentos de relajación de esa tensión en ciertas prácticas espirituales que parecen reconectarnos con la vida, pero en seguida volvemos a separarnos yéndonos a pensar, en vez de vivir. Y el sufrimiento continúa.



Si hay algo que para mí es vital es comprender que nada está separado de Dios, que todo lo que existe está permeado y sostenido por el Ser. Y, por tanto, a través de todas las formas tenemos un acceso directo a él. Intuitivamente lo comprendemos y lo declaramos, pero vivencialmente necesitamos experimentar esta sacralidad de todo lo que es.


Pues bien, la amorosa Vida nos lo pone muy fácil: "Siente tu respirar -la escucho decirme- déjate inundar por él, permite que penetre y acaricie cada rincón de tu cuerpo, deja que cada célula sea colmada del aliento vivo que todo lo sostiene.


Ama cada rincón de tu cuerpo inhalando y exhalando en él. Ama tu cuerpo como la Vida lo ama, pues es el modo que ha elegido para conocerse en el mundo de la forma. Deja que esa forma que confundiste con tu identidad, sea el instrumento precioso para expresar el Cielo que eres en la Tierra.


Inúndalo de consciencia, acarícialo por dentro, deja que el aliento poderoso y nutritivo de la Vida lo resucite de su letargo. Sal al aire libre, deja que surjan de él movimientos auténticos, que dance, que vibre atravesado por la luz del sol... regálale posturas de yoga, amorosa nutrición. Y, en cada instante, inclúyelo en tu consciencia, vive sus gestos desde dentro, ofrécele tu inhalación, deja que descanse en la exhalación. Atiende, desde la calidez de tu corazón, sus sensaciones. No lo abandones cuando duele... espera tu amor."


Soltemos esa dolorosa escisión entre cuerpo y espíritu. No hay dos. Solo el SER es.

Dale a él tu cuerpo y deja que su puro gozo respire y se exprese a través de cada experiencia. Permítete SER.


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