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GRANDEZA Y PEQUEÑEZ



Nuestra aspiración a grandes objetivos en la vida choca y es frenada en su realización por algo muy simple: en realidad, quien aspira a ello es la pequeñez en nosotros. Alguien que se cree disminuido y quiere ser grande, sufriendo por ello. En realidad, en cada momento de nuestra existencia tenemos la oportunidad de elegir entre estas dos opciones: grandeza o pequeñez. O dicho de otro modo, abundancia o escasez.

Y, llevados por nuestro condicionamiento, elegimos la pequeñez. Pensamos desde la pequeñez de un ego que se cree separado, sentimos desde la pequeñez de un yo reducido que se experimenta carente y vacío, y actuamos desde su percepción contraída luchando por ser alguien. Nos hemos disminuido, adoptando una falsa perspectiva.

Nuestro ambiente interno no vibra en armonía con nuestros anhelos. Deseamos amor, pero no nos amamos. Deseamos riqueza pero vivimos con esquemas de carencia. Deseamos paz pero vivimos en medio del estrés. Deseamos reconocimiento del mundo, pero nosotros mismos nos hemos olvidado de quién somos. Anhelamos la grandeza, pero vivimos en la estrechez y la limitación que nuestros viejos conceptos imponen a nuestra vida. Hay maltrato, vacío, abandono en nuestro interior y pretendemos encontrar fuera paz, amor, refugio… Imposible.

Esta experiencia interna no atendida ni procesada es, en realidad, la que nos separa de lo que queremos: la felicidad. Cuando aprendemos a habitar en un ambiente interno que corresponde con nuestros deseos, naturalmente estos se realizan. Pero ello pasa por permitirnos sentir todo lo que nos perturba, dar la bienvenida a la forma que toma nuestra vida en cualquier momento. Así nos conocemos como un espacio abierto y permisivo en el que podemos experimentar ya la paz que anhelamos.

Sólo cuando hemos reconocido lo que somos de verdad, podemos acoger en nuestra grandeza todo el bien del Universo. Hay cabida para ello.

Esta elección se realiza momento a momento, no cuando decidimos conseguir una meta o llegar a una realización determinadas. Nuestro contacto con la grandeza que somos se va actualizando en cada instante de nuestra vida a medida que elegimos una y otra vez ser la amplitud espaciosa en vez de quedarnos prendidos de las formas cambiantes que aparecen en ella.

Y lo grande aparece de forma natural incluso sin pedirlo. Es lo que somos, espacio abierto para todo, amor. Todo lo que es deseado desde la consciencia de nuestra grandeza profunda, no tiene más remedio que realizarse, sea cual sea la forma que tome esa realización. Sencillamente, porque ya es nuestro desde siempre. En cambio, lo que pedimos desde la carencia y la pequeñez, no puede llegar y, si llega, se irá fácilmente, ya que no lo asumimos como nuestro.

“Al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo poco que tiene”, decía Jesús. Esta es una afirmación contundente que expresa con toda claridad que, si vivimos desde la amplitud del ser, todo nos pertenece. Sin embargo, cuando sobrevivimos aferrados a las cosas que creemos nos dan valor, tarde o temprano descubrimos que no pueden aportarnos nada y nos dejan más vacíos de lo que estábamos antes de poseerlas. Buscábamos objetos que nos hicieran felices, pero lo que queremos realmente es una felicidad que no dependa de nada. Ella no se encuentra en los fenómenos, que son cambiantes por naturaleza. Pertenece al ámbito de lo profundamente estable, el espacio de la consciencia.

Extraído de "Del hacer al ser", Capítulo 10.


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