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¿AMAR AL OTRO?



Desde muy niña, como muchos de nosotros, viví de cerca y experimenté el sufrimiento que supone buscar o esperar ser amada, tenida en cuenta por otros seres humanos, haciendo depender de ello mi estabilidad o felicidad. Descubrir en mí, a través de profundas experiencias, una fuente poderosa de amor, creatividad y paz, me dio alas, ofreciéndome una intensa sensación de libertad que anhelaban todas mis células. Ya no dependía de "otro" para sentirme en paz o colmada ni podía hacer a "otro" culpable de mi malestar. Ya no tenía que ocuparme de la vida de "otros", sino abrazar profundamente "la mía", que había quedado olvidada y desatendida.

Asumir esa responsabilidad despertó en mí tanta energía que me dediqué a compartir esta experiencia mientras la saboreaba. Quise ofrecer las bases y las prácticas que me parecían más accesibles para vivir esta hermosa liberación a nuestro alcance.

Sin embargo, hay momentos en que el discurso independiente que proclama "ocuparme de mis asuntos" en prioridad me cansa; empieza a chirriar en mi corazón esa insistencia que subraya el amarme "a mí" antes de intentar amar al "otro". Este cansancio se va intensificando a medida que va diluyéndose en mi experiencia la noción del "otro" como algo diferente de mí. Y con ella, la distinción entre eso que llamo "mi vida" como separada de la suya.

Por supuesto que, desde nuestra creencia asumida de ser cuerpos sólidos aislados unos de otros por un espacio aparentemente vacío, ese planteamiento tiene toda su lógica y es necesario. Desde esta perspectiva limitada en la que solemos desenvolvernos, es ineludible aprender a poner nuestra consciencia en eso tan inmediato que llamamos "nuestra vida" y que había quedado olvidado antes de poder interesarnos de forma real de la de "otros". Saltárnosla es doloroso por su incoherencia básica: ¿Cómo amar a "otro" si no me amo a "mí"? Necesitamos sentir nuestra inherente compleción sin buscarla en nada externo o diferente a nuestra actual experiencia.

El único error consiste en llamar a ésta "mi vida" como algo separada de la de "otro", en creer que eso que experimento es propiedad de un "yo" separado de otros "yoes". Pero en realidad, ¿dónde está la barrera divisoria?, ¿dónde termina el yo y empieza el tú?, ¿son los límites de la piel que envuelve nuestro cuerpo los que marcan la barrera de "mi vida" y "la tuya"?

El movimiento de la consciencia es radiante, y se extiendo como la luz del sol, sin saltarse nada en su abrazo. Una vez asumido eso que llamamos "interno" (nuestras emociones, nuestras íntimas experiencias rechazadas, nuestro mundo más próximo y despreciado con frecuencia), el amor se propaga naturalmente hacia "afuera", haciéndonos descubrir precisamente la fragilidad e inconsistencia de tales conceptos. Sólo hay unidad. No hay dentro ni fuera, ni tú ni yo, ni antes ni después... Desde el Corazón, no puedo amarme sin amarlo todo. Todo forma parte de mí, del inmenso campo de consciencia que somos. Y todo es presente y digno de amor.

"Ama al prójimo como a ti mismo", tal como lo comprendo, no significa que haya un prójimo al que tengo que amar después de haberme amado a mí. Eso creí durante mucho tiempo. Ahora veo que ese que llamo prójimo es yo misma, expresión de mi ser y por eso, lo amo naturalmente. No podría ser de otra manera. Amarme a mí misma es amar profundamente mi experiencia presente, de la que esos aparentes "otros" forman parte. Y lo más próximo (prójimo) es lo más accesible en mi experiencia inmediata: mis sensaciones, mis emociones, mis percepciones y pensamientos... Y también lo son todos los seres humanos y objetos aparentemente externos. Todo es "Yo mismo" y todo es amado como yo mismo.

Sin embargo, antes de trascender las aparentes fronteras del pequeño yo, es necesario bucear en ellas y llenar de consciencia los espacios que quedaron olvidados en la inmediatez de la experiencia. Es ésta la que la mente condicionada, incapaz de asumirla, se salta para proyectarse en un "otro", separándose de sí misma y también de ese "otro" en el que se proyecta. Así nos alejamos mentalmente de la vida que se vive en nosotros ahora pretendiendo vivirla en otros momentos, con otras personas, bajo otra circunstancias. Así surge el aparente "otro"al que amar o en el que buscar amor.

Nuestra experiencia presente toma a veces formas en lo íntimo que, automáticamente, nuestra mente condicionada se saltaría (dolor, contracción, ansiedad...) para "amar a otros". El amor no hace eso. Asumir estas sensaciones, estas oleadas tortuosas en el cuerpo (lo más cercano), asumir cada detalle o matiz de lo que está apareciendo aquí es la única manera de amarlo todo. El sufrimiento que veo en ti es el reflejo del mío y abrazando lo que siento al contemplarte, ya te estoy amando. Sólo así el abrazo que te doy es íntegro. Y, del mismo modo, la dicha o la belleza que me inspiras me expresa también, y al reconocerla en mi corazón, la compartimos honestamente.

Qué importante es no abandonar lo más próximo, lo más cercano, el sentir inmediato, lo que nos toca de cerca. Sólo desde ahí podemos contemplar cómo el amor se extiende libremente. Pretendiendo el amor universal desde su limitada perspectiva, la mente del pequeño yo se pasa por alto "esto", la inmediata experiencia viva. En nuestro olvido cotidiano de lo que somos, necesitamos recordarnos la inmediatez del ahora, el único lugar en que es posible experimentarlo en su verdad omniabarcante. Sin ello, cualquier pretensión amorosa se proyectará hacia otro tiempo, otro espacio, otros seres... donde el amor es imposible.

Amar no necesita objeto, es el flujo natural de la vida que brota del corazón y envuelve, abraza y penetra todo a su paso. Amar es el movimiento esencial de lo que somos. Lo que ama en nosotros no distingue entre “yo” y “tú”. Desde la perspectiva de lo profundo, no hay "amar a otro" como algo distinto de “amarme a mí”: hay AMAR, simplemente, como la expresión natural de nuestra esencia. Presencia luminosa y penetrante que todo lo abarca, sin más. Unirnos a ella es lo único necesario para experimentar el amor real que tanto anhelamos.


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