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ARREGLAR EL MUNDO



Estos días, mi atención se detiene a observar el agotamiento que supone invertir tanta energía en arreglar o corregir nuestro mundo. Como revestidos de una misión especial, nos pasamos la vida intentando que nuestros seres queridos, nuestras situaciones vitales, nuestro futuro... cambien. Nos erigimos en correctores de situaciones confundiendo ese papel con nuestra misión vital e invirtiendo una energía preciosa en ello.

Desde ese afán, nuestra percepción se mantiene enfocada en los defectos, carencias y errores que nos parece detectar por doquier para lanzarnos en seguida a su corrección antes de que el pánico de no controlar las situaciones se apodere de nosotros y eche por tierra nuestra pretendida y precaria estabilidad. Así nos sentimos más seguros, casi necesitando ver defectos que corregir para ocuparnos de ellos, lo que intensifica nuestra percepción sesgada de un mundo que cada vez se nos antoja más imperfecto.

Arreglar el mundo de las formas es la tarea que nos mantiene distraídos de nuestra verdadera vocación: descubrir la vida de la que surgen y que siempre las sostiene.

Empeñados en la fabricación de un mundo de objetos aparentemente "perfectos", hecho de relaciones "perfectas" entre ellos, olvidamos que la perfección ya existe y subyace desde siempre a esa danza de las formas que tratamos de controlar infructuosamente. Nuestro SER, ese inmenso espacio luminoso, océano infinito de vida, no necesita ningún arreglo.

En el mundo de las cosas, sin embargo, todo parece pedir corrección, como si algo equivocado estuviera ocurriendo en él. Sin embargo, el único error es confundirnos con ese mundo y dedicarnos a repararlo.

Permanecer arraigados en el ser, sin interferir en el desenvolvimiento de sus formas es lo que nos permite comprenderlas simplemente como lo que son: sombras, ensoñaciones inconsistentes de nuestra verdadera realidad.

Ser el espacio abierto y amoroso en el que las formas se mueven, darles nuestra amplitud y libertad para que se desenvuelvan, nos sitúa automáticamente en nuestro verdadero hogar, que nunca puede ser amenazado, pues es real: el océano amoroso del AHORA, que descansa sostenendo el movimiento contínuo de sus olas.


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