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La moda "MINDFULNESS"

Actualizado: 18 may 2019



Hace tiempo que dejé de ofrecer cursos bajo el título de Mindfulness. Y no porque no comparta su inspiración profunda, eso es imposible, sino por el uso que se le está dando a este término empaña su pureza. Como cualquier cosa, al ser absorbida por el sistema de pensamiento egoico y utilizada para fines personales, además de perder su sentido, genera confusión y estancamiento: esa vía se agota.

La Consciencia Plena (eso significa Mindfulness) es infinita e inagotable. Es nuestra verdadera esencia. Sin embargo, el modo de utilizar en estos años en Occidente este término y sus prácticas genuinas sí que nos está mostrando algo importante que creo merece la pena contemplar.

Cuando, hace unos diez años, conocí el trabajo que se estaba haciendo en Estados Unidos a través de las prácticas meditativas del budismo y del yoga para cultivar la autoconsciencia y reducir el estrés, me sentí inspirada a participar en seguida. ¿Por qué? Esas prácticas de meditación y su vivencia en lo cotidiano formaban parte de mi vida desde que tenía 18 años y sólo había encontrado en ellas bendiciones. Me habían abierto la puerta del aquietamiento necesario para acceder a mi espacio interior y conocerme como consciencia, experimentarme como vida y encontrar en mi interior la fuente genuina de la felicidad que tanto buscaba fuera. Esas prácticas de amor y atención hacia mi propia vida resonaron profundamente y me ayudaron a desterrar el olvido y el abandono de mi presente. Fueron portales hacia mi ser. Y por ello me sentí inspirada a compartirlas impregnadas de mi propia vivencia de tantos años en los que había experimentado su apoyo para descubrir el aprecio, la intimidad y la fuente de paz que habita en nuestro corazón.

Y agradezco esos años en los que, usando las formas y métodos de la Atención Plena (Mindfulness), a los que añadía mi propia inspiración, pude compartir lo más precioso de mi vida. Aprendí en cada taller, en cada charla y en cada encuentro mucho más de lo que por mi cuenta hubiera podido progresar. Era el ingrediente que faltaba a mi largo camino de interioridad: compartirlo. Fui testigo de cómo lo que era benéfico para mí lo era igualmente para las personas con las que trabajaba y asistí (y sigo asistiendo) a verdaderas transformaciones vitales surgidas de ese aquietamiento y del contacto con nuestra propia vida inexplorada.

Sin embargo, un día sentí que tenía que detenerme. Algo se estaba estancando. Soy muy sensible a la sensación de dejar de fluir, pues ella siempre me ha indicado la necesidad de mirar profundamente.

Sucedió como sucede con todo: si no tenemos claro el verdadero fin de estas prácticas y nos confundimos creyéndonos un personaje que necesita liberarse del estrés o conseguir éxito, relajación o autoestima a través de ellas, se desvirtúan y se convierten en un “hacer”, una tarea más del pequeño yo que no se conoce a sí mismo y lo utiliza todo en su propio provecho, encerrándose aún más en su supuesta necesidad de mejorarse.