Llega un momento en el que la búsqueda
por línea horizontal de la existencia se agota
y el impulso de seguir intentándolo colapsa.
Ya está. Me rindo.
Acepto desaparecer y fundirme en el inocente océano de la existencia.
Una suave luz surge en mis adentros acariciando
las viejas heridas del cansancio y la impotencia.
Se abren mis ojos y descubro esa misma luz envolviéndolo todo.
Es la luz del AHORA, que siempre ha iluminado mi presente.
Hipnotizada por los objetos que me revelaba, no podía contemplarla.
Está aquí, siempre disponible.
Me acaricia y me envuelve,
me respira y circula poderosa por mis venas.
Es la luz de la Vida, mi verdadero sustento.
La siento vibrar en mi corazón cuando me aquieto
y dejo de enfocarme en los innumerables objetos
con los que me definía.
Es mi espacio de libertad infinito.
Fluye como un inmenso caudal, inagotable, transparente y límpido.
Es el regalo que siempre estamos esperando,
disfrazado de formas curiosas con las que nos distraemos.
Es el presente eterno, en el que todo es permitido y abrazado,
en el que podemos descansar en silencio.
Renacer en él es la invitación constante de la vida,
momento a momento.